Siguió a sus pies, los mismos que lo llevaron por el sendero que lo amarraba a lo atávico, dándose a la tarea del buen caminante, destejiendo los días como guijarros dejados por otros que la tradición cuidaban.
Siguió a sus pies pero esta vez no para atravesar senderos hacia fuera, hacia las montañas, las piedras y las estrellas, los siguió en un largo viaje en busca de un universo de agua y luz, de viento y tierra, el universo que habitaba dentro de sí mismo. Y lo halló bueno, colmado de arco iris y de surcos sembrados con cogollitos que prometían frutos.
Y así por fin pudo ver su rostro, diáfano como nunca, en la laguna de su corazón...
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